noviembre 30, 2008

La Caja Oculta al Fondo del Cajón


Estoy segura de que a toda mujer se le debe conceder el derecho y la obligación de contar con un preciosa caja de chocolates suculentos y muy finos. Obviamente el empaque en sí debe ser muy hermoso y por la misma obviedad debe estar guardado al fondo del cajón, donde nadie pueda verlo. Porque estos no son para compartir con las amigas mientras charlan, ni para sacar después de la comida, ni para ofrecer cuando llega una visita inesperada con niños ávidos de dulces sabores. Esta cajita únicamente sirve para brindar ese placer tan peculiar que se tiene al sacar todo del cajón y, a escondidas, a mitad de una fría noche, buscar ese chocolate que tenga el sabor que esperamos. Se come de vez en cuando, nunca durante dos noches seguidas. Considero que la única vez que se tiene permiso de romper la regla, es cuando la alegría o la depresión llegan a niveles desbordantes. Únicamente por eso. Jamás por costumbre, jamás por antojo ligero, jamás por autocompasión. Si se hace por cualesquiera de las razones anteriores, aseguro que se perderá la posibilidad de placer por siempre.
Yo tengo en mi haber una cajita muy pequeña, que me dura pocas noches, pero me hace sentir que todavía tengo secretos. Se llama noviembre y hoy es el último día que la saco. Hasta el próximo año me doy permiso de volver a sentir todo lo que noviembre encierra en 30 pequeñas piezas y una primorosa envoltura de hojas secas.

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