abril 28, 2009

Recuento de abril


Mi ciudad se torna de diferentes colores cada día. Ayer que salí del trabajo y fui a hacer unas compras, me sorprendí al ver que la gente usaba azules, blancos y verdes. Muchas sonrisas estaban cubiertas por nítidas telas que hacían que los portadores se ciñeran a ellas como única salvación hacia algo que no sabemos en qué va a desencadenar.

En lo personal no conozco a alguien que esté con este problema de frente. Todo mi país está enfermo de incertidumbre, de temor hacia algo que no ve, pero que sabe que a un porcentaje le tocará vivir, según dictan las estadísticas.

La palabra pandemia da miedo. La palabra epidemia genera escozor. La palabra muerte reproduce un silencio hondo. Y la palabra cura casi no se escucha. Lo que sí sé es que pandemia, epidemia y muerte han borrado de la memoria otras palabras como sicarios, narcotráfico, política, crisis. Incluso la palabra sismo dejó de importar.

Pero, no voy a pensar en todo lo anterior. Simplemente me voy a llenar de colores cuando imagine que la gente sonríe detrás de sus máscaras, cuando descubra la sombra de los dientes de los ancianos y cuando una madre se exaspere con los niños inoficiosos y arriesgue su vida quitándose su máscara para poder gritarles más fuerte.

Es más, aunque yo no uso de esas máscaras quirúrgicas, decidí esta mañana vestirme de colores combinables con los tonos de este fin de abril. A un lado el amarillo. Lo de ahora es el verde hospital.


abril 21, 2009

Días de Fiesta

Por primera vez en la vida, ayer experimenté algo completamente mexicano, lleno de luz, de color, con estruendosos metales, cristales y el bullicio de la gente; todo inundado por el olor de la comida frita, de las frutas y los dulces.

Ayer, fui a la feria. Nunca antes había ido y por circunstancias ajenas a mí, de pronto me encontré envuelta en ese espacio tan mexicano, que me puso feliz.

No hay mucho que pueda decir al respecto, sólo que mis ojos se llenaron de colores que me transportaron a la infancia, donde todo asombraba, todo tenía brillo y todo era nuevo.

abril 17, 2009

El vicio del facebook



Eso de las redes sociales ha cautivado al mundo. A través de ellas me puedo enterar de lo que pasa con mis amistades (sin importar en que parte del mundo estén), aún de mejor manera que si mantuviera una conversación informativa con cualquiera. Pero a su vez, esa cercanía genera roces que aún no sé bien cómo manejar.

Algo que me tiene intrigada es la capacidad de acoso que se puede generar. Me considero una mujer curiosa, que le gusta jactarse de ser un poco perspicaz. Y esto del facebook lo único que ha hecho es convertirse en una herramienta del mal, pero invaluable para saber dónde estuvieron, con quién, qué comieron, hasta qué hora se desvelaron y si al día siguiente fueron a trabajar.

También la uso para la sana diversión, porque me sorprendo con una sonrisa al ver que me etiquetan en fotografías muy viejitas o en fotografías del día anterior, de las cuáles no me di por enterada. Sobre todo, me complace usarlo para ver fotografías de bodas. Bodas de gente que no conozco, o de amigos que no frecuento, o de familiares muy lejanos. Bodas a la usanza tradicional, bodas muy estrafalarias, bodas orientales o con rituales mayas.

Me entretiene leer las frustraciones diarias de otros y sus deseos más fútiles; estar segura de que tal persona odia su trabajo y que otra más ha terminado definitivamente con su pareja de tantos años.

Sin embargo, la diversión más grande, es enterarse de la vida de aquellos que no son nuestros "amigos". El estar hurgando entre comentarios para ver si alguno nos da la entrada a una fotografía que muestre lo que esa persona hizo el fin de semana; saber si está más gordo; poder localizar a sus amigos; conocer su estatus marital. En fin, todo un trabajo de espionaje de fino ajuste para que el otro no se entere que tenemos una apremiante necesidad de conocer lo que el facebook pueda revelar.

Y cada que me descubro acosando a alguien, o que ayudo a una amiga a hacerlo, digo que no lo volveré a hacer, que eso es la mayor pérdida de valiosos minutos, de respeto y de buenos modales. Sin embargo, de manera invariable, todas las noches regreso al vicio y no puedo conciliar el sueño hasta después de haber visto la actualización de status de mis amigos, si aparecí en las fotos de fin de semana y si tal persona ya regresó de vacaciones. Y en la mañana muy temprano, junto con el despertador, vuelvo a revisar que el mundo del facebook no haya cambiado mucho entre 1:00 y 5:30 de la mañana. Esto es un vicio con el que ya no puedo, pero definitivamente no voy a dejar.

abril 16, 2009

La moralina en la mujer espejo

Hace algunos meses, mi nonagenaria abuela me prestó un libro porque dijo que tenía "bonitos y sabios consejos para la vida de cualquier jovencita inocente y sin malicia". Mi abuela es encantadora, yo sé que lo que me dice es porque en verdad lo cree, porque piensa que la vida sigue siendo como a principios del siglo pasado, donde la gente se ensimismaba con asuntos de la moral, para no pensar en la Revolución que estaba matando a los hombres y empobreciendo a las mujeres.

Como prueba de que la moral y decencia es una constante en los pensamientos de esta encantadora viejecita, durante toda su vida ha ideado una serie frases que ya se han vuelto célebres entre mis amistades. Y comparto la última que mencionó, que precisamente se deriva de una historia de los tiempos de la Revolución:

"Más le vale a una mujer caer por un despeñadero, que perder su honra a manos de salvajes que no sabrán valorarla"

Escrito con esta misma tesitura, el libro de Pureza y Hermosura por Monseñor Toth Thiamer, para las jovencitas españolas de 1944, me hizo reír un poco por la manera de exponer los hechos de la vida. ¡Qué impresionantes razonamientos tiene! De verdad, que si yo hubiera nacido en esos años, ese sería mi libro de cabecera. Ha tenido tal impacto en mi vida, que un querido amigo (y con quien comparto la mayor parte de mi tiempo de conversación) está buscando una de las ediciones para comprarlo, porque no podíamos dejar de leerlo y reír.

Sin embargo, a pesar de la mal sana diversión que me brindaba, tuve que dejar esta literatura de lado, porque me entraron una serie de pensamientos y sentimientos que ya no caían en lo irrisorio o en el estudio costumbrista, sino en un acoso mental con el que no podía vivir.

No sé, de pronto mi conciencia se revistió de una moralina horrorizante. Y lo peor, es que estoy plenamente consciente de que la vida ha cambiado. Sin embargo, las palabras de Monseñor Thiamer estaban retumbando en mi cabeza y, por mofa, me dediqué a recitarlas a cada instante, pero de pronto dejaron de sonar a broma.

Eso sucedió hace varios meses y lo estoy recordando el día de hoy, porque hace 3 semanas, conocí a una personita que de seguro leyó ese libro. Es una mujer joven, casi bonita, casi agradable, casi dulce. Pero también es tan tajante, tan censuradora, tan "protectora de la moral y las buenas costumbres" que ya se ve casi vieja, casi fea, casi desagradable, casi amargada.

Y la comparo con mi abuela (quien de verdad cree en la moral y las buenas costumbres), que es una mujer de suaves palabras, de consejos, de buenas intenciones, de hermoso semblante y voz comprensiva.

En cambio, la señorita revestida de moralina, se ve aún más agotada que mi abuela. Su rostro no está surcado de arrugas, pero su semblante luce marchito. Yo digo que tanta pureza le está robando lo esencial de la vida, la está cegando y solamente le aguza los ojos y el corazón para sacar su larga lengua y envenenar a otros con su amargura.

Si hubiera un espejo que reflejara el corazón, aseguro que esta conocida señorita, luciría con un dedo apuntando a otros, la boca abierta para hablar sin dulzura y tacto; y los ojos saltones por la lupa con la que siempre mira.

Y con todo esta reflexión, me doy cuenta de que yo misma me he convertido en ella, por mirarla de esta forma tan poco cortés, así que probablemente, esta mañana, nuestros reflejos sean iguales.




abril 03, 2009

Saborcito diferente en un mes diferente


Hay muchas cosas que no hago, porque no me agradan. Pero cuando transgredo los límites autoimpuestos, existe un disfrute muy extraño.

Ahora, a media mañana, tomé una Coca Cola, muy fría, muy pequeña, muy de vidrio. Y la tomé con ese dejo de resquemor, que me hacían querer evitar que alguien me viera.

Tengo años evitando esa bebida. Pero hoy, el sabor fue una experiencia diferente. Sé que los refrescos no me gustan demasiado, sin embargo lo prohibido tiene un toque de exotismo que me gusta tener una o dos veces cada nunca.

abril 01, 2009

Mini recuento de marzo

No quiero hacer recuento de marzo, porque no fue un mes feliz.

Bien parecía al principio que se avecinaba la primavera, pero nos engañó. Estuvo frío y con intempestivo viento, de ese que no me agrada.

Marzo no merece que se hable demasiado de él.