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octubre 29, 2008

Noviembre está entrando en calor


Noviembre es un mes que me gusta mucho, principalmente por el clima. Anoche me sorprendí de que anuncia su llegada con más parafernalia de lo que lo hizo octubre. Ya se siente ese frío que amerita un suéter no simple, ya se antoja terminar de tejer las bufandas y empezar las mañanas, a parte de con el té y el café, con un chocolate caliente, ese con la receta que no le voy a dar a alguien hasta que me vea en mi lecho de muerte.

Es que mi chocolate caliente es una bebida muy codiciada entre mis conocidos. Es cuestión de levantarse muy temprano, secretamente juntar el recaudo y empezar a preparar el brebaje. Tardo como 45 minutos, en los cuales, puedo sentir poco a poco como se va transformando el olor de la maravillosa mezcla, hasta que logra subir la espuma y puedo obtener esa consistencia que me dice que el sabor y la textura del chocolate están listos.

Yo digo que así huele noviembre, a chocolate amargo, resaltado con crema. Noviembre es la mezcla perfecta de aromas de todo el año; en noviembre aún no es demasiado tarde para hacer, pero no falta tanto para volver a empezar; noviembre puede llegar a calar hasta los huesos, pero reconfortar con sólo un sorbo.

Noviembre es color oscuro, pero se va desvaneciendo hasta caer en un tono punto menos que nuboso. Quisiera guardar durante todo el año las sensaciones que me ha tocado vivir en noviembre, pero no se puede. Conforme van transcurriendo los días, los recuerdos se van enfriando y sé que lo único que puedo hacer es esperar a que el año vuelva a correr, para con calma volver a hacer la mezcla donde suben todos los sentimientos y las reflexiones. Son sólo 45 minutos que me dan la leche, las natas y la crema para hacer mi mezcla perfecta. Son sólo 11 meses los que tengo para llenarme de emociones y ponerlas a punto de espuma, para darle sabor a un instante.

Me gusta mucho noviembre, casi no puedo esperar para empezar a sorberlo lentamente y luego paladear su sabor.

octubre 24, 2008

Un pan de nuez


Ahora en la mañana me levanté a la hora acostumbrada, pero terminé llegando más tarde al trabajo. Y al verme atrapada en el pesado tráfico, tomé la decisión de sonreír, ir con calma y no pensar en que iba tarde. No sé, fue algo automático, no fue algo que tardara mucho en meditar. Simplemente sucedió y yo lo dejé que corriera en mí.
Dada la violenta situación automovilística, tomé otro camino, que me llevó a suculenta y conocida pastelería, en la cual tuve que detenerme y comprar unos deliciosos rollos de canela rellenos de nuez.

Lo que me llama la atención de este lugar, es que es todo abierto. Uno puede ver como hacen la masa, cómo la moldean, cómo meten al horno los panes... en fin, es como estar en el tras bambalinas del ritual del pan. Y al ver todo eso, me acordé de una película que nunca terminé de ver, que se llama Días de Otoño. Quizá la consiga para verla más noche.


Y mientras observaba ese ir y venir de los panaderos, mientras subía el delicioso aroma proveniente del horno, mi corazón decía:¡Qué exquisito pan! De allí, que toda la mañana he sido feliz, mordisco a mordisco, entre las migas y el polvito blancuzco que suelta la codiciada pieza.

¡A un lado la dieta, a un lado el remordimiento! Lo único que tengo, es este minuto para terminar mi panecito y luego, tomar otra taza de café. Creo que me haré merecedora de ella por ser viernes y mi cuerpo destilar felicidad.

octubre 15, 2008

Un día feliz


Los días, por sí mismos, deben ser felices. Pero hay ciertos sucesos que los convierten en fuentes de dicha, duradera para los subsecuentes. Así fue el día de ayer. Me sentí tan en paz, tan tranquila, tan feliz de estar cerca de la gente que amo y compartir minutos simples, pero cargados de encanto.

Ayer tuve mucha conversación con la mejor compañía que pudiera desear, tuvimos una copa de vino, sabores dulzones, café, lluvia, paraguas y pretextos para celebrar. Sólo faltaron los pijamas, la madrugada y el taxi hacia el aeropuerto, que nos acompañaron el año pasado.

¡Me encanta celebrar tu cumpleaños! Creo que deberíamos hacerlo más de una vez por año.

Te quiero.

octubre 02, 2008

Minutos fotografiados en color

Septiembre, en mi vida, trae muchas cosas, que octubre termina por barrer con su fuerte viento.

Pero ahora, en la justa media entre septiembre y octubre; en días donde no hacía ni el calor soportable de fin de verano, ni el alentador fresco de principio de otoño; en noches donde mi reloj eran las 00:01 y en otro las 23:59, haciendo dos minutos la entera diferencia entre ser feliz y ser igual de feliz que todos los días; en ese instante preciso, me di por enterada de qué es lo que hay que hacer.

Salí de viaje y lo único que deseaba hacer era contemplar el mar. Las noches fueron lo suficientemente profundas como para que me perdiera, junto con una taza de café, y me hicieran callar el rugido de las olas. Esa inmensa extensión de agua me quitó las palabras y los pensamientos; me cubrió de sal de arriba a abajo y se llevó algunas dudas, algunos prejuicios y, por qué no decirlo, me golpeó un poco para arrancarme algún miedo arraigado. Y muy temprano me despertaba su sonido, como para advertirme que no olvidara que todavía nos restaban horas juntos y a solas, de plática incesante.

Regresé y no fui a mi casa. Llegué a un sitio que me haría enfrentar, por entero, algunas de las dudas y de los miedos. Y así fue como, en medio del ya notable fresco del otoño, en un lugar alejado de la playa y más cercano a mi casa, una noche decidí enredarme en esa misma soledad de estar frente al mar, pero en compañía. Y durante la madrugada, al esperar que llegara de vuelta el alba para partir definitivamente, no pude dormir, por miedo a que se me olvidara cómo sonaban las olas y cómo se sentía la arena sobre la piel desnuda. Temía olvidarlo la primera noche que estaba lejos de todo eso, así que intenté recordarlo con furtivas caricias que no tenían vuelta sobre mi piel. Aquí no hubo despedida, ni siquiera creo que me importe. Pero me hubiera gustado guardar el sonido de ese otoñal adiós, al igual que el estrépito del oleaje sobre las rocas con el que me despedí del verano.

Así es como puedo decir que las despedidas estivales saben a sal y las de otoño, nunca se pronuncian, simplemente caen un día como las hojas del calendario que nos negamos a arrancar.

El mar me estrujo y el otoño terminó por despertarme de este aletargamiento.

Y de nuevo, un instante, mis minutos dejaron de ser blanco y negro y se fotografiaron en color, como una excepción de vida.


octubre 02, 2007

Octubre

Octubre me indica que el año está por terminar, que a penas estoy a tiempo de empezar a planear las cuestiones propias de la época navideña.

Octubre es cuando empiezo a cambiar el guardarropa y decido ponerme, por última vez, las prendas más ligeritas.

Octubre es cuando pienso que el año que entra haré cosas nuevas.

Octubre es cuando más difícil me es encontrar regalos bonitos para demostrarle a quien quiero, cuan importante es para mí.

Octubre es cuando me arrepiento de no haber disfrutado más del verano, de no haber ido a la playa.

Octubre es cuando decido tomar vacaciones en invierno... no hacer nada... o hacerlo todo junto.