febrero 14, 2008

La Primera Vez

Creo que la primera vez que te hice una pregunta, fue -¿cuándo es tu cumpleaños?-.

Regularmente procuro aprenderme ese dato de las personas que me llaman la atención, que me agradan. No me dijiste la fecha, simplemente, después de un largo silencio, de hablar de otras cosas, de ignorarme un poco, antes de irte, me dijiste -en 14 días-. Y en ese preciso instante no te entendí.

El día de tu cumpleaños, no te vi, pero tenía la gran "preocupación", de decirte FELIZ CUMPLEAÑOS (y fue un pendiente que tuve más de un mes, porque no estaba segura de la fecha exacta).

Hace 12 años de eso. Doce años y creo que nunca te había contado esa historia.

Pues bien, te la cuento hoy, junto con un FELIZ CUMPLEAÑOS.

Me decías ayer: un año más de experiencia y uno menos de vida. Yo te puedo decir que si nos pasamos la vida en cuentas (como a mí me gusta tanto) una mañana nos despertamos decepcionados porque sólo viviremos 60 o 70 años; y al día siguiente un poco agobiados por los miles de minutos que llenar, con nada o con todo.

Lo que quiero decirte es: Disfruta tu cumpleaños, hazte el propósito de ser completamente feliz un día, de olvidar aquello que no te gusta y te lastima. Si no puedes con ello, pues finge un rato. Puede ser que de fingir, empieces a creerlo y lo seas. (Yo lo hago de vez en vez y hay días que soy muy feliz).

FELIZ CUMPLEAÑOS!!!!

febrero 11, 2008

Una noche veneciana



Ayer tuve una cita con un caballero que puso casi todos los elementos de una noche romántica:

Fue puntual y tuvo la atención de llamar por teléfono unos minutos antes, para preguntar si yo ya estaba lista. Iba bien vestido para la ocasión, es decir, lucía de manera desenfadada, propia de domingo en la noche, pero cuidando todos los detalles. Su atuendo estaba perfectamente combinado y toda la ropa era fina (si no me equivoco iba de Armani). Me agrada que los hombres sean congruentes, que no por salir y "querer impresionar", vayan vestidos como para una junta formal (sin justificación), en vez de para una simple cita en un café.

Luego, me llevó a un lindo lugar. Vi como un gesto de gentileza que él ya lo hubiera elegido y únicamente me preguntara si me parecía bien. Obviamente accedí gustosa.

Llegamos y la plática y los minutos fluyeron de manera muy sencilla, muy cómoda. Fue como si hubiéramos tenido un guión de los temas a tratar y se hubieran seguido al pié. Temas discutidos, pero sin apasionamiento, simplemente dejando que amables y adecuadas palabras salieran para llenar los huecos indicados.

Su lenguaje corporal me hacía entender que se sentía muy bien de estar conmigo. Me daba ligeros toques a la altura de la rodilla, se acercaba para probar de lo de mi plato, se reía con desenfado, con sinceridad. Siendo honesta, yo me sentía bien, pero no suelo ser una mujer tan despreocupada en las citas. Me gusta tener tener control de algunas cosas. Cuido de no tocar a mi interlocutor más de 3 segundos seguidos, acomodo mi cabello con mesura, suelo reírme sin hacer demasiado ruido. Y así es por lo general en mi vida, pero en las citas procuro refinarlo. No como para aparentar ser calculadora, pero sí como para lucir cuidadosa.

En fin, la cita en el café fue perfecta. Ni siquiera me di por enterada de en qué momento llevaron la cuenta y él la pago. Eso también me encanta, la discresión en los detalles pequeños, como ese.

Y, después de pagar, fue cuando la cita dio un giro radical. Él me invitó a dar un paseo, un paseo casi veneciano. El clima perfecto nos llevó a caminar sin prisa en las calles semivacías. Nos detuvimos en un lugar y escogió una primorosa caja de chocolates para mí, luego fuimos a pasear entre góndolas. Sí, entre góndolas ¡de un supermercado!

Fue así como, entre las aromáticas verduras, los eternos pasillos flanqueados por latas, los jugos frescos y los embotellados, el orden y variedad de lácteos, las múltiples y novedosas cosas para la limpieza del hogar y las medicinas del botiquín; estuvimos paseando, comparando y eligiendo. Me pidió ayuda para escoger las mejores verduras y para llenar su alacena con diferentes tipos de pasta. Me recomendó ciertas salsas y me pidió una receta sencilla para cocinar después de salir del trabajo.

Me dijo qué marca de desodorante le gusta, pero que no la podía usar porque no era de la compañía en la que él trabaja. Se emocionó al ver los POP´s de su empresa y que todo estaba en orden. Me enseñó los productos de limpieza nuevos y ¡hasta me demostró los aromas!

Y así transcurrió más de una hora, con todos los elementos de un romántico paseo entre góndolas de supermercado. Puedo decir, que fue una noche veneciana.

Pagó la cuenta, acomodamos las cosas en su cajuela y me llevó de vuelta a mi casa.

Me bajé de su auto y recibí en el portal unos Besos de Amor. Sí, me dio una bolsa blanca de plástico con un suavizante de telas, con el aroma que más me había gustado: besos de amor. Dijo habérmelo comprado para que pruebe el producto.

Huelga decir que los chocolates que me regaló los escogimos de un exhibidor que estaba cerca de las cajas (por cierto, cada vez que los veo pienso en esa noche tan agradable).

Así es como he comprendido que las citas, para ser románticas, deben tener aún más que los conocidos clisés.