julio 29, 2008

Toda la intención


Tengo toda la intención de escribir sobre un tema en particular que me viene rondando desde hace un mes atrás, pero el día de hoy me duele mucho la cabeza.

Desde hace varios meses, pero hoy particularmente dado mi estado, he querido encontrar ese fragmento de Charles Dickens donde dice que un dolor de cabeza, una mala comida, un dolor de estómago, nos provocan pensamientos, sentimientos y cambios de humor, que no se los atribuimos a nuestro estado de salud, sino a nuestra inteligencia o carácter.

Hoy quiero pensar que si siento toda esta pesadez, es por el dolor de cabeza.

Si alguien encuentra ese texto, agradeceré que me envíe la referencia.

julio 28, 2008

Cine


El cine es una de las cosas que he aprendido a disfrutar con mucha calma y no es algo que haya hecho de manera "autodidacta". Alguien ha tenido la paciencia de enseñarme y de escuchar mi insignificante opinión. Por él (porque es un él que sabe que a él me refiero), me invade una emoción distinta cada vez que estoy a punto de tener el boleto entre mis manos; cada vez percibo el característico aroma de las salas; cada vez que siento ese fresco y oscuro ambiente y cada vez que busco con desesperación que MI lugar se encuentre desocupado. Y gracias a él, el cine dejó de ser únicamente un entretenimiento para convertirse en algo que debe formar parte de mi equilibrio de vida. Sólo con él hubiera podido ver 25 proyecciones en solo 3 días. Sólo él entiende el encanto que existe en revisar con curiosidad pueril, punto menos que morbosa, la cartelera los jueves a las 23:00. Sin el cine, creo que él y yo no podríamos ser los amigos que somos. El cine a su lado es especial, porque no es sólo el cine, sino el estar atenta para ver que es lo que él tiene que decirme, que notó, que percibió, que es lo que le gustó. Defintivamente, mi concepto de disfrutar del séptimo arte, es a su lado.

Sin embargo, tengo una amiga, que a su manera, también me ha hecho mirar el cine desde otro punto. Ocasionalmente voy con ella, porque sé las consecuencias que eso tiene: siempre, irremediablemente, veremos pésimas películas, aunque sean las más recomendadas, el éxito del verano o la proyección ganadora en Cannes.
Es la maldición cinematográfica. Si los griegos tuvieran un dios del cine, seguramente éste (y el inexorable destino), tendrían una justificación para no dejarnos ver una película buena juntas. NINGUNA es buena. NINGUNA. De hecho, cada vez que vamos a este lugar como premio de consolación, encontramos diversión en las malas películas. Ella le llama "humor involuntario". Yo le llamo "rescatar el momento".


Pues ahora vimos una película igual de mala que todas, pero por primera vez nos entretuvimos en algo distinto que estar buscando los errores y ridiculeces: el protagonista nos dejó anonadadas por su garbo y presencia. Puedo asegurar, que casi sentí el deseo de ir en esa motocicleta roja, con un precioso traje entallado en un todo oscuro con ligeros manchones plateados. Casi me vi con 20 kilos menos, el cabello esponjado y movido por el viento y sintiéndome segura aferrándome a la espalda de este superhéroe, que de súper no tiene nada.

Es más, casi salimos diciendo que la película era buena. Casi... pero las cosas no llegaron a tanto, sólo a darnos una nueva diversión en las vacías, oscuras y frías salas de cualquier cine un lunes por la tarde.

julio 25, 2008

Las Heridas del Corazón (Charla con un Corazón Partido)


Cuando a alguien que estimas le duele el corazón, es cómo hacerte recordar aquellas heridas que tú tienes y que nunca sanan. Eso me ha pasado últimamente. No tengo más que condolerme y decir que son cosas que ya no pesan.

Pero, lo que no digo, es que en mí hay heridas tan profundas, que si cerraran, estoy segura de que el corazón dejaría de latir. Son esas fisuras que están pegadas a la aorta y que por el propio ritmo cardiaco, no cicatrizarán jamás. Hay otros daños, que amenazan con estrangular a la carótida. Sé que no están cerca de mi corazón, pero sí que lo dañan con cada paso que doy, con cada pulso, con cada respiro y palabra que profiero.

Indudablemente no pasa nada. Tengo muchos años viviendo con esto, tengo muchos días repitiéndome que esas cosas ya no duelen. Quizá lo que más preocupa, es que con tanto daño, mi corazón haya quedado insensible y cuando quiera latir con toda su fuerza, explote y sólo quede un amasijo de sangre, músculos y flemas.

julio 24, 2008

Música


Me he dado cuenta que la música es algo muy importante en la vida de las personas. Y digo, es algo muy obvio, si no, sería incongruente el crecimiento y el boom en el mercado que han generado los ipods y sus congéneres, en los últimos años, donde los discos han perdido relevancia y dejaron de ser el icónico y apilado trofeo en las casas de los melómanos compulsivos y demostrativos.

Yo nunca he sido así. Pero mi papá sí. En casa siempre ha habido torres y torres de discos. Aseguro que son más de 3,000. Pero él, una vez al año, pacientemente limpia, clasifica, ordena y saca los discos que ya no quiere tener en su colección. Creo que los lleva a vender a una tiendita de libros y discos usados. Cuando niña, recuerdo que mi papá se sentaba en el piso de su estudio, con la luz apagada a escuchar música los viernes o los sábados en la noche. Yo llegaba, me sentaba en su regazo y me entretenía viendo las luces verdiosas que subían y bajaban al compás de la música. Me desesperaba mucho estar allí, en la oscuridad, sin "hacer algo", pero me deleitaba en pasar con él unos minutos y escuchar tan de cerca su corazón en sintonía con el jazz.

Igual mi hermana con la fascinación y dependencia de la música. Creo que toda la carrera de arquitectura la cursó bajo el influjo de los ritmos que se escuchaban, como susurros, de los lados de sus audífonos. No dudo que sus conceptos y sus líneas, tengan un estilo congruente con el R&B que tanto disfruta.

Pues ayer, decidí poner un poco de orden en mi música. Cierto, mi colección está repleta de mp3. La mayoría, han sido bajados de los discos que tengo (o que tiene mi papá), a mi computadora. La otra parte, son los que comparten conmigo mis amigos o mis hermanos; y en menor medida, los que he comprado. Pero, dado que sufrí, a finales del año pasado, la pérdida de mi información, me quedé sin música. Sinceramente, no es algo que me afecte en el día a día, pero de vez en cuando extraño escuchar conocidas y melodiosas tonadas.

Con los pedazos de lo que quedaba entre discos, usb y ipods, traté de armar de nuevo mi discoteca, musicoteca, meloteca o audioteca (no sé cómo se diga)... mi librería de música. El problema es que no sé cómo clasificarla. Tengo básicamente 3 grandes géneros: Jazz, Clásica y Pop. Todo lo que no sé exactamente qué es, le pongo Pop. Por eso, me dí por enterada de que lo de la música no es algo que tenga gran peso en mi vida. Me gusta, cierto, pero puedo vivir, andar y trabajar sin estar escuchando tono sobre tono.

Pero, me pasa algo muy curioso. Muchas veces pienso en función de que si yo fuera compositor, escribiría una canción de tal cosa, o una melodía con tal intensión... o interpretaría esta letra de tal forma. Y eso es todo el día, todos los días... y sin escuchar música.

Y diciendo esto, recuerdo una canción de los Presuntos Implicados (grupo favorito de todos), que se llama Me Visitan Canciones. Quisiera tener esa sensibilidad, como para poder escribir algo así sobre la música maravillosa.



julio 23, 2008

La Flor de la Mañana




Hace unos días, me dio por pensar sobre lo maravillosas que son las mañanas. Sinceramente, pocos días las disfruto, porque siempre me enfrasco en las actividades pendientes y no tomo un minuto para respirar en paz, sin pensar en lo que tengo que hacer en el resto del día.

Sin embargo, tengo algunas semanas, en que me ha tocado la oportunidad de tener unos 20 minutos más en la mañana y he reflexionado que los despertares se deben aprovechar para dos cosas:
1. Para desayunar deliciosa y apaciblemente
2. Como testigo mudo de que lo que sucedió en la noche, de verdad sucedió y no sólo fue un sueño.

Independientemente de esto (y a la par), mi mejor amigo me mostró este video:


La canción no me gusta, pero me parece muy interesante lo que veo, porque lo que veo me gusta mucho (nótese mi inclinación culinaria).

Y la pregunta que indudablemente me ha estado cruzando por la mente, que me ha estado atormentando un poco, es si algún día, habrá alguien que me invite a pasar la noche con él, únicamente para hacerme desayuno. Eso lo único. No más. Ni la compañía nocturna, ni el ansia, ni la pasión, ni la novedad, ni nada. Únicamente, el esperar hora tras hora, hasta que llegue la mañana, para que nos espíe el sol atisbando por el filo de la cortina entrecerrada y luego que el inexperto caballero, en las artes culinarias, llegue a sorprenderme con un desayuno basto, preparado con esmero... frutal. No más que eso. No más que el detalle de los kiwis mal cortados, pero puestos delicadamente en la copa alta. No los huevos perfectos, ni las crepas simétricas, pero sí las aromáticas naranjas exprimidas, transformadas en un jugo con todo y sus taninos. Y terminar de despertar, gracias al aroma del café que lo invade todo y anuncia que no hay vuelta atrás, que la mañana es lo que es y que indudablemente ya llegó.

Eso es todo. Y la pregunta sigue rondando mientras el corazón se arruga un poco. En días como hoy, donde la mañana ya se me fue, quisiera no pensar en estas cosas que no suceden. No quiero pensar que el día que viene, se va a ir con todo y su irrepetible alba y yo voy a estar aquí, a esta hora, añorando lo que no tiene posibilidades de ocurrir.

julio 17, 2008

Elegir atuendo a las 5:50 de la mañana


Hoy amanecí harta de mi ropa. Ya no quiero nada, nada de lo que tengo. Ni una sola blusa blanca más. Ni una. Sé que me voy a arrepentir de lo que estoy diciendo. Tengo una extraña atracción hacia la ropa blanca con negro. Cuando voy a comprar algo "colorido", siempre termino prefiriendo cosas en blanco-negro.

Por mucho prefiero las faldas y vestidos sobre los pantalones. Los pantalones son... son un mal necesario, pero no me gustan. Ni siquiera los de mezclilla. Esos son los que menos aguanto. Los uso porque es lo que conviene, lo que combina, lo cómodo... no porque me gusten. No vuelvo a comprar un pantalón por ninguna de las otras tres razones. Si lo compro, será porque me gusta, no porque es lo que debería usar.

He decido que ahora a medio día voy a ir a comprar una o dos prendas de colorcitos lindos. Algo rosa, algo con puntitos, algo rojo. Algo que yo no me pondría. Algo fresco. Ya me hartó la misma ropa de siempre. El mismo estilo de siempre. El mismo corte de siempre.

Llegando a mi casa, si no se me ha pasado el hartazgo, voy a agarrar toda mi ropa y la voy a separar, para dejar mi clóset vacío y así forzarme a comprar cosas nuevas.

El sábado, si no se me ha pasado el hartazgo, me voy a ir de shopping.

El lunes, si no se me ha pasado el hartazgo, voy a aguantarme la tentación de ponerme la misma blusa blanca que tanto me fascina y me voy a poner una de color... de color... (¿cuál color?)... no importa... algo de color.

Todo, si no se me pasa el hartazgo.

Mejor dicho, todo si pasa mi tarjeta.

(Este post fue detonado por tres líneas de conversación en el messenger)

Y también quiero comprar unos zapatos de color amarillo, para ponérmelos sólo unos minutos y luego darme cuenta de que el amarillo no es mi color. Lo admito, no es para tanto. Aún no llegamos a ese nivel de hartazgo.

julio 10, 2008

Los Minutos No Amargos

Me he dado cuenta que yo tiendo a recordar las cosas tristes, con una anécdota feliz que me da la oportunidad de contarla a mis allegados, sin esa intención de lástima que muchas veces le pone uno cuando está "contando sus penas". Sin embargo, eso me resta la posibilidad de disfrutar las historias verdaderamente felices, porque su contexto me sabe tan insulso, dado que no hay algo que pueda "cambiar" y hacerlo más "a mi manera".

Esta semana me pasaron cosas felices. Cosas felices de las cuales tengo mucho que contar. Extrañamente, me siento demasiado viva, siento que tengo nuevos bríos... me había sentido tan feliz, hasta que pensé en la narrativa de "mi momento".

Creo que no voy a contar más. Quizá las "no palabras", sea la manera de disfrutar, en la intimidad, de los minutos que me saben bien, que no son amargos y a los que no les pongo sal, para hacer el bocado sabroso.