julio 28, 2008

Cine


El cine es una de las cosas que he aprendido a disfrutar con mucha calma y no es algo que haya hecho de manera "autodidacta". Alguien ha tenido la paciencia de enseñarme y de escuchar mi insignificante opinión. Por él (porque es un él que sabe que a él me refiero), me invade una emoción distinta cada vez que estoy a punto de tener el boleto entre mis manos; cada vez percibo el característico aroma de las salas; cada vez que siento ese fresco y oscuro ambiente y cada vez que busco con desesperación que MI lugar se encuentre desocupado. Y gracias a él, el cine dejó de ser únicamente un entretenimiento para convertirse en algo que debe formar parte de mi equilibrio de vida. Sólo con él hubiera podido ver 25 proyecciones en solo 3 días. Sólo él entiende el encanto que existe en revisar con curiosidad pueril, punto menos que morbosa, la cartelera los jueves a las 23:00. Sin el cine, creo que él y yo no podríamos ser los amigos que somos. El cine a su lado es especial, porque no es sólo el cine, sino el estar atenta para ver que es lo que él tiene que decirme, que notó, que percibió, que es lo que le gustó. Defintivamente, mi concepto de disfrutar del séptimo arte, es a su lado.

Sin embargo, tengo una amiga, que a su manera, también me ha hecho mirar el cine desde otro punto. Ocasionalmente voy con ella, porque sé las consecuencias que eso tiene: siempre, irremediablemente, veremos pésimas películas, aunque sean las más recomendadas, el éxito del verano o la proyección ganadora en Cannes.
Es la maldición cinematográfica. Si los griegos tuvieran un dios del cine, seguramente éste (y el inexorable destino), tendrían una justificación para no dejarnos ver una película buena juntas. NINGUNA es buena. NINGUNA. De hecho, cada vez que vamos a este lugar como premio de consolación, encontramos diversión en las malas películas. Ella le llama "humor involuntario". Yo le llamo "rescatar el momento".


Pues ahora vimos una película igual de mala que todas, pero por primera vez nos entretuvimos en algo distinto que estar buscando los errores y ridiculeces: el protagonista nos dejó anonadadas por su garbo y presencia. Puedo asegurar, que casi sentí el deseo de ir en esa motocicleta roja, con un precioso traje entallado en un todo oscuro con ligeros manchones plateados. Casi me vi con 20 kilos menos, el cabello esponjado y movido por el viento y sintiéndome segura aferrándome a la espalda de este superhéroe, que de súper no tiene nada.

Es más, casi salimos diciendo que la película era buena. Casi... pero las cosas no llegaron a tanto, sólo a darnos una nueva diversión en las vacías, oscuras y frías salas de cualquier cine un lunes por la tarde.

No hay comentarios.: