diciembre 20, 2008


Tengo un amor secreto del que nunca hablo. Y anoche le susurré cosas al oído, le confesé todo lo que podía confesarle en 1 minuto con 53 segundos. Pero mi amor escondido se quedó en eso, en la idea de que le confiaba lo más recóndito de mi corazón, pero no que se lo decía para sí.

Tengo un amor secreto del que nunca hablo. Y anoche le susurré cosas al oído.

Anoche mi amor secreto enmudeció.

Anoche me di cuenta que lo que tengo es nada. Soy dueña de nada. Tengo un amor de nada. Me ama nada. Me llamaré de ahora en adelante Nada.

diciembre 16, 2008

Siento como una astilla en el corazón

Hay cierto tipo de sucesos que no duelen, no lastiman, pero molestan. No sé realmente en qué consiste eso de que uno se pueda sentir trastocado por eventos minúsculos que en la vida no significan algo. Pero allí están, igual que una uña mal limada o la encía ligeramente inflamada. Uno no se va a morir de ello, ni siquiera llegan a ser una enfermedad mortal o un dolor importante. No es algo que deba llamar la atención, pero aparece como gotera continua. Minuto a minuto tortura, hace sentir mal, recuerda como chirrido lejano. Y no es nada.

Y sólo es hoy. Sólo por hoy me voy a dejar sentir como si las lágrimas estuvieran a punto de salir, con todo el rostro congestionado, con los ojos irritados y la boca fruncida; pero no brotan, porque no me siento tan triste. Sólo hoy no voy a inquirir al cajero del supermercado que se rió de mí sin razón alguna. Sólo hoy dejaré que el día pase entre numereríos y estadísticas de cierre de año. Bien me sentiría si mi ligera angustia fuera por cuestiones de trabajo. El trabajo lo controlo, los pensamientos los controlo, los sentimientos los acallo... pero ¿y los malestares? ¿Qué se hace cuando uno no es un experto en tranquilizar al espíritu? ¿Qué placebo tomar? ¿Existen aspirinas para molestillas emocionales?

No lo sé. Por lo pronto, puedo aseverar que un poco de helado no me quitó la incomodidad.

Mi mañana empezó así, después de una noche de haber comido de más quizá. Y de nuevo pienso en que me encantaría encontrar ese fragmento de las letras de Dickens donde mencionan los estragos que puede hacer una mala comida en el estado de ánimo. Quizá esa pequeña obsesión me quite las ganas que tengo de sentirme mal.

Pero, cuando se vaya este ligero desasosiego, seré feliz. Feliz porque vienen los días de estar en la cocina y disfrutando de las tareas mecánicas de la época de celebración. Feliz porque en mi casa hay bizcochos, natillas, dulces de leche y muchas nueces. Feliz porque hace fresco y tengo dos libros nuevos que leer. Sólo es cuestión de esperar a que se me salga esa pequeña astillita que tengo en el corazón.

diciembre 11, 2008

De los dolores del alma a los aspectos psicosomáticos


Me duele terriblemente el dedo anular izquierdo.

Tengo desde inicios de semana que se me dificulta teclear en la computadora o detener la taza de café con esa mano. Cada vez que la muevo, me duele como un recordatorio de que hay algo que tengo que hacer para remediar el asunto, porque no puedo vivir así.

Le contaba esto a un buen amigo, cuando encontré la fuente de mi dolor: a ese dedo le hace falta tener algo que le dé peso. Quizá un discreto solitario envuelto en una caja color turquesa pueda quitarme la dolencia.

Dice mi buen amigo, que su hermana está segura que ese tipo de mal se agudiza con los años. Que entre más te alejas de los treintas, la punzada se hace más fuerte, particularmente en las bodas o en las fiestas de compromiso de las amigas incasables.

No lo dudo. Por lo pronto, para remediar mis congojas, para las fiestas decembrinas he decidido regalarme algo redondito, bonito y que venga en una cajita color verdioso. Digo, nunca está demás una terapia de rehabilitación.