noviembre 25, 2008

La culpa que me hace sonreír


Siendo todo lo sincera que se puede ser, he de confesar que nunca en toda mi vida de dietas, he respetado una más de medio día. Jamás, jamás, jamás. Cierto, me cuido con mucho detalle, pero no puedo evitar pensar en la deliciosa y suculenta comida. No puedo. Todo el día mis pensamientos giran en torno a lo que comeré, lo que tomaré, lo que prepararé, lo que conseguiré para preparar, lo que vi cómo se hizo, el restaurante al que iré, etc, etc. Eso es todos los días, todo el día.

Y ayer, cuando decidí comer menos carbohidratos, al llegar de la escuela y abrir el refrigerador, me topé con la salsa que hice el domingo para la pasta. Y de pronto, me vi poniendo mantequilla en una sartén, juntando las hierbitas de provenza y sintiendo como el calor de la cocina empezaba a subir hasta hacerme cerrar los ojos para disfrutar de ese aroma tan familiar, pero que cada vez me sorprende, con cada vuelta del aceite de oliva y los ajos. Puse la mesa, vi mi plato humeante y rebosando, comí con paciencia una sencilla ensalada y empezó el festín del deleite, seguido por la culpa nocturna. Bien terminé mi placentera pasta, subí para ir a descansar, me lavé los dientes, apagué la luz y una vocesita interna me decía: gorda, gorda, gorda, gorda, gorda, gorda, gorda. No podía callarla.

De las culpas que se pueden sentir, creo que la culinaria es de las más difíciles de aplacar, porque no se puede dejar de lado la satisfacción gastronómica. Esta culpa es tan suave, como un murmullo, pero constante cual zumbido de cualquier molesto insecto a mitad de la apacible noche. Parece que no importa, que es fácil de sofocar, pero no es cierto. La culpa alimenticia molesta mucho. Lo único que pude hacer para estar tranquila, para aquietarla, es poner mi despertador para las 5:30 para ir al gimnasio. Y esta mañana, mientras hacía mis respiraciones, estiramientos y distintas posiciones, pude notar cómo en cada desdoblamiento de mi cuerpo, me iba quedando sorda de la conciencia.

Desayunaré zanahorias, sólo por tener a la culpa tranquila un ratito más y más tarde, poder sonreír ante una mesa repleta de manjares a escoger.

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