noviembre 26, 2008

El amor en unas manos feas


Ayer llegué tarde a una de las clases que más me gustan. Obviamente, por el retraso, no pude encontrar disponible el lugar en el que regularmente me siento, así que entré al salón y me acomodé en el primer sitio disponible. En seguida de mí había un lugar vacío y luego una muchacha de cabello largo, rizado y todo enredado. No puedo decir que sea fea, al contrario, creo que es muy bonita, pero definitivamente procura cultivar más su interior que su exterior.

Empezó la clase, puse atención y dejé de pensar en ella hasta que él apareció. Unos segundos después llegó un muchacho y se puso entre ella y yo. Él es igual que ella: cabello largo, rizado y todo enredado. Nada más sentarse, como un gesto natural buscó la mano de ella. Cuando voltee a verlos, me di cuenta que las manos de él son muy feas, muy ásperas y poco arregladas. Y las de ella son un poco peor, con las uñas largas y descuidadas. Sin embargo, juntos, hacían algo hermoso. Durante toda la sesión de 2 horas no se hablaron, ni siquiera se miraron. Pero él, le gritaba con todo su ser que ella era la mujer más hermosa e importante. Él la tomaba con delicadeza, como diciéndole en cada roce cuánto la amaba. Y ella, se dejaba amar.

En todo eso, yo no fui mas que un espectador que quiso no olvidar lo que se sentía tener un amor tan profundo, tan cerca del corazón. Y de pronto se me cayó la imagen a pedazos, como sucede con las hojas en noviembre. Sólo puedo recordar, una nebulosa figura de manos que se amaban.

2 comentarios:

Enrique dijo...

Yo tengo las manos feas pero bien limpias. Las tengo así por el trabajo y por cicatrices de los días en los que aspiraba a ser todo un macho alfa. No obstante me gustan, son casi idénticas a las de mi papá.

:) dijo...

Las manos dicen mucho de las personas. Yo estoy segura que con las manos se jura más amor que con las palabras y también con las manos se miente más que con las intenciones.
Me fijo mucho en las manos de las personas. No recordaré los rostros, pero sí las manos de quienes llaman mi atención. Definitivamente creo que las manos de los hombres deben ser fuertes y firmes; no más delgadas o finas que las mías, pero sí lo suficientemente suaves como para sentir cuando yo las tomo y les digo mil palabras sin una gota de voz. No me gustaría que el rescoldo del trabajo de un hombre, le robara la posibilidad de escuchar mi amor por él.

No conozco tus manos Enrique. Quizá si un día te veo, en lo único que me voy a fijar es en tus manos y voy a pensar que se parecen a las de tu papá. Mis manos también se parecen a las de mi papá. Será porque lo admiro tanto.