septiembre 03, 2008

Los aromas contrariados

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.

Gabriel García Márquez
Una vez vi en la televisión un reportaje sobre la memoria olfativa. Creo que no tendría más de 10 años cuando lo vi y puedo recordar claramente el ejemplo que dijeron:

"Si vemos una hermosa mujer en un centro comercial, que usa un perfume de gardenias, cada vez que percibamos este aroma, no tendremos más remedio que asociarlo con la belleza femenina y recordar a la hermosa dama que pasaba bajo las escaleras, con su pulcro y lacio cabello".

Desde ese entonces, trato de fijarme mucho en los olores. Pero leyendo la frase de García Márquez, recordé algo en particular que me pasa con el olor de los abrigos de piel. Hubo un invierno, que por cierto ha sido el más frío que he vivido, donde todos los amores y no amores, tenían por destino ser lo contrario a lo que yo deseaba que fueran. Y ese invierno, invariablemente olía a abrigo de piel.

Así es como cada vez que me acerco a esa cajita que está sobre el chiffonnier, y la abro, gracias al aroma a piel que despide de su interior, no tengo más remedio que recordar que cuando llegue el invierno, los amores serán contrariados, como siempre.

Hay ciertos aromas que me obsesionan, por ejemplo, el de las sábanas limpias. No hay olor más maravilloso antes de dormir, que el de las sábanas recién puestas y planchadas. Eso me encanta.
Huelga decir que uno de mis aromas favoritos es el del café en la mañana y el de las hierbas de olor, cuando sube el calor de la cocina en la tarde. Eso me recuerda que estoy bien y que mi entorno sigue girando como debe.

De las noches de invierno, me gusta notar cómo logro que se mezcle la canela con el chocolate amargo y la nata, junto con el ahumado olor de la chimenea. Ese es el aroma de un logro pequeño, de una receta secreta que aún no estoy dispuesta a compartir con alguien. Incluso, cuando va subiendo el calor, me sonrojo no por el fuego, sino por la evidencia de que tengo un preciado secreto que sólo es mío.

Y ahora, que termina el verano, me complazco bastante con ese fresco aroma de la hierba y las flores silvestres bañadas en tanta lluvia, que huele como a fresas y zarzamoras recién lavadas. Eso me recuerda un poco la infancia, cuando salíamos de campamento mi hermana y yo. Tan cierto y pegado que es esto en nuestras vidas, que el lunes que salimos muy temprano me dijo: huele a... huele a... campamento. Y así era. Por unos minutos, fuimos niñas otra vez.

Hace como cinco años, un viejo amigo que tenía mucho tiempo sin ver, al abrazarnos, me dijo: hueles tan a ti... a pesar de cambiar de perfume, ese olor es muy tú. Sé que mi amigo recordaba ese aroma por un suceso en particular, no por el día a día, así que no me puedo fiar de su opinión.

Así es como no puedo evitar hacerme la pregunta: ¿Cuál será mi aroma? ¿Qué le haré recordar a los demás? ¿A caso habrá algún olor que haga que los demás piensen en mí?

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