septiembre 19, 2008

Cuando la arena se funde con la piel y dan un mismo tono.


En estos días, un conocido caballero me dejó un mensaje, pidiendo que apartara en mi agenda determinado fin de semana para pasarlo con él.

No dio más pistas, no dijo nada. Sólo me atrevía a preguntar el código de vestuario, a lo que él respondió que coctel.

Inmediatamente empecé a hacer un recuento de los vestidos que tengo que encajan con la situación, pero más que pasarme por la mente las imágenes mentales de los botones, el corte, el color, la tela y el estilo... más que todo eso, venía a mí la imagen de mis hombros un poco descubiertos, con un tono bronceado, luciendo entre los metros de negra tela. No puedo sacar de la imagen, el brillante color de la piel después de haber tenido un intenso romance con el sol.

Es que ahora que lo pienso, siempre me cuido mucho de no quemarme, de no tomar un tono más oscuro. Y de pronto, es algo que ya doy por hecho, que dentro de unos días será distinto mi color y mi semblante.

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