octubre 24, 2007

Me emociona la cocina. Me emociona la comida


Una de las cosas que más disfruto es la comida, sensación sólo superada por la cocina.
Comer algo es cuestión de actitud, es cuestión de una racionalización, es algo que va más allá del trillado "sabe rico". Comer es cosa de contexto, de conocimiento, de historia personal, de ánimo y de compañía. La comida a solas es deleitable, pero compartida se multiplica, porque por un instante se pueden tener sensaciones y sabores diferentes, quizá diametralmente opuestos, pero compartidos. El disfrute del otro comensal llega hasta nosotros con todos los matices posibles, debido a la graciosa expresión corporal y verbal. De allí lo especial de compartir la mesa con alguien más. Yo procuro hacerlo con quienes sé que son capaces de llevarme a otra "dimensión culinaria". Así que me atrevo a decir, que un plato y compañía, no se deben compartir con cualquiera.
Pero hablar de la cocina es cambiar de nivel. La cocina es aquel lugar donde se conjugan acciones, pensamientos y sensaciones, dando como resultado la materialización de un sueño. Y digo sueño, no por ponerlo en un nivel supremo, utópico... sino porque cualesquier platillo (por más sencillo o complicado), DEBE ser concebido así. Nadie que se jacte de ser bueno en esta área, puede decir que no ha soñado con la textura de las masas, con el olor que despide en cada proceso, con los colores e indudablemente, con la expresión de quienes disfrutan de la creación.

La cocina sabe adivinar nuestros pensamientos y nuestro carácter... incluso nuestro sentido del humor o nuestro ánimo. Así como las verduras (especialmente la lechuga) toman el sabor del metal que las destaza, la mezcolanza al fondo de la olla, que todavía no tiene forma ni personalidad, la va adquiriendo por el matiz que el cocinero le impregna. Aseguro que ninguna persona de mal humor o mala actitud es capaz de levantar los huevos a punto de turrón o puede calentar la leche sin darle ese sabor de quemado o rancio.

¡Tantas veces la cocina me ha adivinado para luego transformarme! Inicio con algo sencillo, algo simple y termino envuelta y tendida en sus redes a tal forma que no puedo salir de ella a menos que la creación me deje extasiada en el proceso, satisfecha en la degustación y finalmente exhausta por la limpieza profunda que exige. Invariablemente esa actividad frenética demanda un elixir para poder realizarse: por la mañana es un café fuerte y amargo, a medio día un vaso de refrescante agua con yerbabuena y al atardecer una rebosante copa de vino, de ese que no rojea y sólo enciende, anima. Y en ese letargo, en ese embeleso me gusta observar el fin del día, dejando listo el recaudo para la mañana siguiente y poder ir a la cama soñando con los sabores que vendrán.

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