julio 15, 2007

La Señorita Felipa


Parte de mi infancia, durante los veranos, los pasé en casa de una de mis abuelas. Mi hermana y yo jugábamos en su patio toda la mañana y esperábamos a que dieran las 2 de la tarde y mi mamá llegara por nosotras. Tengo recuerdos muy vívidos de ese patio, con sus frondosos árboles y plantas por doquier, una hamaca y muchos rinconcitos donde estaban los gatos escondidos. También tengo otros recuerdos difusos, como la existencia de unos patos y el árbol de higos. Precisamente, como mezcla de esos recuerdos vívidos y difusos, se encuentra un rincón de su jardín, en el que bajo un gran árbol se sentaba, toda la mañana en silencio, una anciana que lo único que hacía era acariciarse el largo cabello azul, mientras su mirada estaba perdida.
Después de casi veinte años, decidí indagar en esos recuerdos y forzar a la memoria para que me diera más datos de esa extraña visión. Creo que se llamaba Felipa.
La Señorita Felipa, fue en sus años mozos una preciosa muchacha de ojos azules, buen carácter y docilidad. Al morir su madre, quedó a cargo de sus hermanos mayores, quienes no le correspondían en el cuidado y atención que ella requería.
Y llegó un buen día en el que Felipa se enamoró profunda y perdidamente de un joven agradable, atractivo, amoroso y dispuesto a hacer su vida al lado de ella. Pero, cuando fue a pedir la aprobación de la familia, los hermanos mayores de Felipa, encontraron al muchacho inadecuado. Es más, cualquier muchacho era inadecuado porque el destino de Felipa era quedarse al lado de ellos.
Al saber la desaprobación de su familia, Felipa no tuvo más remedio que obedecer y no dijo palabra alguna, no lloró, no se rebeló, en apariencia, no hizo nada. Sólo se escapó. Toda ella, a excepción de su cuerpo, volaron a una vida mejor donde podía estar al lado de su amado todos los minutos de la eternidad. Y así transcurrió su vida, en una felicidad eterna, sin añorar el pasado, viviéndolo a su antojo sin tener que dar parte a los demás de su dulce historia de amor eterno.
Nunca la oí decir palabra alguna, simplemente me quedaba contemplándola con un poco de recelo y temor. No podía comprender la decisión que ella había tomado, de hacer con su vida lo que quería pero matando de culpa a quienes querían evitarle el ser feliz.

No hay comentarios.: