junio 18, 2009

Más ciudades, más colores


El mes de junio ha sido de mucho movimiento en mi vida. He tenido todos los días ocupados, con tantas cosas por hacer, por celebrar, por trabajar, por meditar.

Y entre carreteras, aeropuertos, estaciones, hoteles y ciudades ocultas, me doy cuenta de que esa vida me gusta. No me agoto, no me harto, no me desespero. Todo lo contrario. Disfruto tanto admirando otros paisajes, otros amaneceres.

Los viajes de trabajo no son sencillos. Es poco el tiempo con el que se cuenta para conocer, para caminar despacio. Todo el tiempo son prisas, desmañanadas, contacto con desconocidos que se vuelven demasiado cercanos a fuerza de pasar más de 10 hrs al día juntos.

Pero, entre esa vorágine, me gusta encontrar unos minutos para caminar por los lugares, por los viejos adoquines de las ciudades coloniales, por los paseos arbolados de las metrópolis, de disfrutar a lo que sabe el café de otras partes, de descubrir a qué huele el agua, a qué sabe la sazón.

Y en esta visita, me encontré reconociendo el sabor de la menta, del chile y del huitlacoche en platos de barro pintado a mano. Me di por enterada de que en el centro oscurece más tarde y el tiempo corre muchísimo más lento. También, que una habitación de hotel es igual aquí y en cualquier lugar, si se tiene el ansia de estar afuera.

México es un país hermoso, hermoso, hermoso. A veces no estoy consiente de que todo está lejos, pero está cercas. Que es cuestión de tomar un avión que me lleve a disfrutar de un restaurante diferente, de un ambiente diferente. Que mi vida es diferente cuando salgo de esta ubicación geográfica.

Y entre lluvias vespertinas, sabores a pátina y unos minutos para respirar otro aire, me volví alguien diferente. La vida es tan diferente, aunque es la mía, la misma, la de siempre.

Definitivamente, de bueno humor me pone estar un poco lejos. El tiempo suficiente como para no extrañar, pero sí para despercudirme de la rutina.

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