junio 24, 2009

La lluvia y el paraguas


Ayer, sin querer, quedé atrapada bajo la lluvia. La tarde era preciosa, nublada y brumosa, así que la obviedad llamaba a la lluvia. Sin embargo quise no hacerle caso y me senté en la banca de un parque, para abrir un sobre y leer importante información.

De pronto, el cielo se cerró aún más y empezaron a caer gotas muy grandes. De esas que te empañan los lentes y te impiden andar más allá de 5 pasos. Así fue como me refugié bajo una iglesia. De verdad que disfrutaba el paisaje, el fresquecillo de verano y el encanto de estar allí, en medio de nadie y tan lejos de todo.

Y antes de que la lluvia amainara, apareció un atractivo caballero con un paraguas, dispuesto, con toda gentileza, a llevarme a mi auto. Yo me sentí tentada a negarme, bien podía esperar unos minutos más para salir de allí, pero sus ojos, su voz y su irresistible expresión me hicieron aceptar su propuesta.

La verdad había más aire que lluvia y el paraguas empezó a estorbar justo cuando llegamos a mi carro. Me di cuenta que de una u otra forma debía agradecer su galantería, así que lo invité a tomar un café en mi casa. Nos sentamos en la terraza y nos quedamos allí hasta que la luz se extinguió, nos empapó la conversación y el recuerdo de tardes felices.

Y sé que cuando sea vieja y alguien me pida recordar alguna tarde de cuando todavía no tenía arrugas, indudablemente ésta formará parte de una época de mi vida en que fui feliz.

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