Hay cosas que hago nada más para tener una anécdota en la vida. Cosas que no son trascendentes, pero que me dan material para contar y recordar con gusto, como por ejemplo, la vez que tomé un avión, antes de llegar a la veintena de edad, sólo por ir a otro lugar y regresar el mismo día, sin decirle a alguien.
Pero también, hay anécdotas que escribo, para que se vuelvan trascendentes, para que exista la constancia de que las cosas sucedieron y que otros se puedan reír como lo hice yo. Tal es el caso de lo que me sucedió días atrás.
La vida de rutinas que me he fabricado, de vez en vez me da un descanso y me permite salir, ir al cine a deshoras, cenar y hacer las cosas que me gustan, sin que estén planeadas. Pues bien, uno de esos días de sorpresa, recibí una invitación para salir, que gustosamente acepté. Por cuestiones del clima y la comodidad opté por cambiarme de ropa. Pero como el suéter que me gusta, estaba sucio, lo metí rápidamente a lavar y luego a la secadora. No bien se escuchó la señal de que se estaba lista la ropa, llegaron a por mí.
Apresuradamente me puse el suéter y salí con una gran sonrisa. Llegué al cine más temprano de lo esperado y me senté a tomar un café y a conversar con mi compañía. Vimos una película medianamene buena y luego fuimos a cenar.
No sé, me dio la impresión de que todo tenía un ambiente más jovial, la gente sonreía, los meseros nos atendían de mejor humor, hasta se empezó a sentir un calorcillo que me dieron ganas de quitarme el suéter, pero no lo hice, porque el clima es voluntarioso y no vale la pena retarlo.
Una noche encantadora llena de risas y momentos agradables, que terminó cuando regresé a la casa y, sin encender la luz (para no molestar a los demás), me desvestí y me metí entre las sábanas. A la mañana siguiente me levanté un poco más tarde de lo habitual, así que corrí para alistarme. Como no encontré el saquito adecuado para mi falda, me puse el mismo suéter con el que había salido la noche anterior. Y todo volvió a la normalidad, el tráfico, las luces, el banco, el café, etc, etc.
Pero, llegando a mi oficina, uno de mis compañeros de trabajo soltó una contagiosa carcajada cuando me vio. Yo me reí con desconcierto, pero la musicalidad de su voz estaba dotada con tanta algarabía, que no me quedó más remedio que soltar una genuina carcajada.
Cuando por fin él pudo hablar, pasó su mano por mi espalda y me despegó UN CALCETÍN A RAYAS GRISES que traía pegado en el suéter por la estática. Durante toda la tarde anterior y toda la mañana anduve con UN CALCETÍN PEGADO.
Imagino lo alegre que habrá sido la jornada de trabajo para los señores del cine y los meseros; para la gente de espera en el banco y para el muchacho del café. Todo por un descuido, todo por la estática, todo por un calcetín que se entremetió donde no le convenía.
Y desde ese día reviso minuciosamente mi ropa antes de ponérmela. No vaya siendo que un buen día termine saliendo con ropa adecuada, pero "accesorios" inapropiados.
Pero también, hay anécdotas que escribo, para que se vuelvan trascendentes, para que exista la constancia de que las cosas sucedieron y que otros se puedan reír como lo hice yo. Tal es el caso de lo que me sucedió días atrás.
La vida de rutinas que me he fabricado, de vez en vez me da un descanso y me permite salir, ir al cine a deshoras, cenar y hacer las cosas que me gustan, sin que estén planeadas. Pues bien, uno de esos días de sorpresa, recibí una invitación para salir, que gustosamente acepté. Por cuestiones del clima y la comodidad opté por cambiarme de ropa. Pero como el suéter que me gusta, estaba sucio, lo metí rápidamente a lavar y luego a la secadora. No bien se escuchó la señal de que se estaba lista la ropa, llegaron a por mí.
Apresuradamente me puse el suéter y salí con una gran sonrisa. Llegué al cine más temprano de lo esperado y me senté a tomar un café y a conversar con mi compañía. Vimos una película medianamene buena y luego fuimos a cenar.
No sé, me dio la impresión de que todo tenía un ambiente más jovial, la gente sonreía, los meseros nos atendían de mejor humor, hasta se empezó a sentir un calorcillo que me dieron ganas de quitarme el suéter, pero no lo hice, porque el clima es voluntarioso y no vale la pena retarlo.
Una noche encantadora llena de risas y momentos agradables, que terminó cuando regresé a la casa y, sin encender la luz (para no molestar a los demás), me desvestí y me metí entre las sábanas. A la mañana siguiente me levanté un poco más tarde de lo habitual, así que corrí para alistarme. Como no encontré el saquito adecuado para mi falda, me puse el mismo suéter con el que había salido la noche anterior. Y todo volvió a la normalidad, el tráfico, las luces, el banco, el café, etc, etc.
Pero, llegando a mi oficina, uno de mis compañeros de trabajo soltó una contagiosa carcajada cuando me vio. Yo me reí con desconcierto, pero la musicalidad de su voz estaba dotada con tanta algarabía, que no me quedó más remedio que soltar una genuina carcajada.
Cuando por fin él pudo hablar, pasó su mano por mi espalda y me despegó UN CALCETÍN A RAYAS GRISES que traía pegado en el suéter por la estática. Durante toda la tarde anterior y toda la mañana anduve con UN CALCETÍN PEGADO.
Imagino lo alegre que habrá sido la jornada de trabajo para los señores del cine y los meseros; para la gente de espera en el banco y para el muchacho del café. Todo por un descuido, todo por la estática, todo por un calcetín que se entremetió donde no le convenía.
Y desde ese día reviso minuciosamente mi ropa antes de ponérmela. No vaya siendo que un buen día termine saliendo con ropa adecuada, pero "accesorios" inapropiados.
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