marzo 19, 2010

Viendo Pasar al Tren


El día de hoy me sucedió algo inesperado. Me quedé varada en la calle, mientras pasaba el tren. Y durante 30 minutos conté vagones, escuché la música de los automóviles continuos, observé detenidamente el comportamiento del hombre de atrás (bendito espejo retrovisor) y me detuve a oír los ruidos de la ciudad.

El tren hace que se genere un silencio que hasta puede dar un poco de miedo. Por un instante, el ruido de los motores se detiene y lo único que queda es ese chirrido tenebroso del andar de las ruedas motrices sobre la vía. Algún osado motociclista rompe la armonía del instante, al mover su vehículo hasta el frente de la fila, pero se da cuenta de que no por eso va a poder pasar la barrera infranqueable. Porque eso es al fin de cuentas. La ciudad se detiene forzudamente ante un antiguo armatoste al que no le importa que yo tenga que estar a tiempo en la junta de las 10:00 am. Tampoco sabe de ambulancias, sicarios o estudiantes a punto de tener examen final. El tren es el tren y no hay quien lo pare.

Así fue como esta mañana vagón tras vagón, minuto tras minuto, pude reflexionar sobre lo limitada que es mi voluntad sobre ciertas cosas. Lo único que me queda en ocasiones, es ser espectadora de una vida maravillosa.

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